Recuerdo mi estancia en Luang Prabang como unos días llenos de magia. La ciudad me enamoró (y sorprendió) locamente al pisarla. Declarada patrimonio Mundial por la Unesco en 1995, Luang Prabang es un verdadero sueño: 33 templos budistas maravillosos, calles tranquilas compuestas por edificios de arquitectura colonial francesa, multitud de locales, restaurantes, hoteles y cafeterias exquisitos a orillas del Mekong, bicicletas como principal medio de transporte, y una paz sin igual son los reclamos de esa pequeña joya tan poco conocida de Asia.

Comprar en sus mercados diurnos y nocturnos, visitar los templos y pararme a observar a los monjes en cada momento y respirar el legado francés que caracteriza la oferta y el ambiente de la ciudad constituyeron mi rutina allí, principalmente.

La ciudad me sedujo tanto que decidí alargar mi estancia nada más llegar. He de admitir que gran parte del flechazo que sentí fue provocado por el hotel en el que me alojé las dos primeras noches. Y es que el Mekong Riverview Hotel es una verdadera joya.

Situado a orillas del Mekong, este pequeño complejo de un gusto exquisito y arquitectura colonial constituye un verdadero viaje en el tiempo para el huésped que tiene la suerte de descansar en una de sus maravillosas habitaciones.

Despertarme en ese cuarto tan cuidado y desayunar con vistas al río Mekong en bata fue de las mejores mañanas que recuerde de todos mis viajes por el sudeste asiático.




Baguettes y delicadas bollerías francesas, mermeladas y yogures caseros, charcuterías de calidad y un menú ‘à la carte’ componían la oferta gastronómica de desayuno: una delicia sin igual. ¿Y qué deciros del servicio? Excepcional.






Pocas veces me han tratado con tanto mimo en un hotel. Urban, el dueño del hotel es un señor de una elegancia impresionante que sabe tratar a sus clientes con una dedicación sin igual: saluda a cada persona en el desayuno todas las mañanas, no duda en recomendar lugares a sus huéspedes y organiza catas de vino una vez a la semana para crear lazos y compartir un buen rato. La magia de Luang Prabang no hubiera sido tan poderosa sin mi estancia en ese lugar y por eso os lo recomiendo sin dudar 😉